Sanlúcar y la música
Por
Salvador Daza Palacios
Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla,
escritor, investigador, compositor, concertista
y profesor del Conservatorio Profesional
de Música «Joaquín Villatoro» de Jerez de la Frontera.
Perteneció a la Banda de Sanlúcar desde su niñez,
llegando a ser director de la misma (1984-88).
La actividad musical en Sanlúcar es prácticamente continua, estable y constante, promovida y financiada por quienes tenían las responsabilidades políticas y/o religiosas en cada una de sus épocas.
Respecto a la Capilla de Música del Santuario de la Caridad (actual Basílica), costeada por los duques de Medina Sidonia, hay que destacar su aspecto pedagógico, pues en su seno se educan muchos niños y jóvenes que reciben una formación general y musical, enfocada hacia su posterior incorporación como miembro numerario de la capilla. Los miembros de esta agrupación musical tienen, por lo general, una gran estabilidad laboral y hay casos de una prolongada estancia o pertenencia a la capilla, mientras que otros apenas si permanecen unos meses formando parte del grupo. En lo que respecta a los maestros de capilla, los que desarrollan una labor más extensa, como Gonzalo de Torres, fray Manuel de Carvajal, los Quincoya (padre e hijo), contrastan con aquellos que tuvieron un paso mucho más fugaz al frente de la institución.
De todo ello puede también extraerse el hecho de la existencia de una gran circulación de músicos entre las diferentes ciudades de Andalucía que tienen dotación de plazas para estos profesionales.
En cuanto a las etapas de funcionamiento en las que dividimos el devenir histórico de esta formación musical, se pueden distinguir diversos períodos coincidentes y consecuentes con las circunstancias externas, políticas y sociales.
La primera etapa coincide en el tiempo con un período de esplendor y expansión económica del ducado de Medina Sidonia.
La segunda etapa se produce paralelamente a la pérdida del señorío que sufren los duques en 1645. Al pasar la ciudad a la jurisdicción y posesión de la Corona de Castilla, la capilla de la Caridad pasa a convertirse en una capilla “privada” o “particular”. En 1648 al “Estado” lo representa ahora en la ciudad el Clero secular y su capilla musical, además de sus instituciones políticas, pues no existe la separación de Iglesia y Estado.
En la tercera etapa, con el cambio de siglo y dinastía monárquica, comienza a percibirse muy lentamente el declive. A partir de 1713-1714, el duque deja de nombrar músicos que sustituyan a los que se van jubilando o fallecen en el desempeño de su cometido. Tan sólo se mantiene al maestro de capilla, al organista, y al sochantre, que dirige el coro de capellanes.
A mediados del XIX, la capilla de la Parroquia Mayor funciona a pleno rendimiento y en la de la Caridad apenas si ha quedado un organista y un sochantre, puestos que llega incluso a encarnarlo una misma persona.
Una situación producto de la propia decadencia del régimen señorial que había alumbrado la aparición de ambas capillas y que al desaparecer convierte a la Iglesia y al Municipio en nuevos promotores de la actividad musical en la ciudad.
Existe un punto de inflexión en el devenir histórico a partir del cual el aparato musical comienza a ser más importante desde el punto de vista civil. La música sale de las iglesias y los músicos ya no dependen exclusivamente de los ingresos que las capillas eclesiásticas proporcionan. La sociedad se seculariza tras la caída del Antiguo Régimen y antiguos miembros de las capillas religiosas se incorporan a las recién alumbradas Bandas de Música, a orquestas o a agrupaciones camerísticas que tienen vida propia, que ya no dependen de las obras y los compositores eclesiásticos para poder desarrollar su labor.
En 1840, la banda existente en Sanlúcar la dirige don Saturio Lindres, quien a su vez es componente de la capilla de música de la Parroquia Mayor. Este importante personaje encarna, en el terreno musical, el salto cualitativo, el eslabón que supone el cambio político y social de la transición del Antiguo al Nuevo Régimen. Lindres desarrolla su actividad artística en dos frentes: el religioso y el profano. Al que en otras épocas históricas no se le hubiera permitido.
Otro aspecto a tener en cuenta es el referente a la enseñanza de la música. Cuando desaparece la figura del maestro de capilla, desaparece también el profesor que imparte docencia a los más jóvenes y, por tanto, desciende el nivel educativo musical entre la población. Habrá que esperar hasta la nueva política educativa de fines del siglo XIX, cuando, al crearse la Academia Municipal de Música, paralelamente a la Banda Municipal, se dé un nuevo impulso a la enseñanza de esta disciplina, destacando la importancia de esta Academia Municipal como la única institución pública dedicada a la pedagogía musical durante más de cien años. El cargo que desempeñó durante tantos años el antiguo maestro de capilla pasa ahora a desempeñarlo el director de la Banda Municipal, que regirá la entidad educativa como cargo anexo e inseparable de su puesto de funcionario técnico de la Corporación Municipal.
Políticos y concejales consideraban que el aparato festivo necesitaba de la música como inseparable e inevitable acompañamiento de cualquier celebración. Sin embargo, esta visión simplemente utilitarista se topaba con una realidad insoslayable: quienes hacían música –eso que tanto convenía a cualquier fiesta– eran trabajadores y había que proceder a organizarlos, jerarquizarlos, pagarlos, uniformarlos, formarlos, en definitiva. Tales inconvenientes fueron abordados, a través de las distintas épocas históricas, de la mejor manera que se consideró oportuno, con el fin de salvaguardar los intereses del Municipio y armonizarlos con los deseos de una población que, por una parte –pequeña– deseaba practicar la música como actividad artística y económica y, por la otra –la gran mayoría–, gozaba con los sones folklóricos y sinfónicos interpretados por estas agrupaciones musicales, ya fueran, Bandas, Orfeones, Orquestas u otro tipo de formaciones.
Dos formas de relación entre músicos y políticos se vislumbran:
- Una, la del compromiso laboral serio entre Municipio y músicos (patrón y trabajadores), considerando a éstos como empleados municipales, con sus derechos, haberes y obligaciones.
- Otra, la forma de contrato o convenio con un grupo artístico libremente asociado (la Banda), que ofrece sus servicios a la institución municipal con carácter más o menos exclusivo, a cambio de una subvención económica, acordada previamente en función de un calendario de actuaciones, y pagadera en diversas formas, casi siempre perjudiciales para los músicos, que aparecen, en este sentido, considerados en una baja estima socio-laboral.
Paralelamente a estas dos maneras de relación profesional, nos encontramos con incidencias interesantes y circunstanciales como son la rivalidad entre las dos Bandas locales. Otra incidencia curiosa a destacar sería el recurso a Bandas foráneas (en este caso las militares, que gozaban por ello de este prestigio añadido al de su semi-profesionalidad), y que costaban dos y tres veces más que la del propio Municipio, pero que alcaldes y concejales encontraron adecuadas a sus ansias de brillo y esplendor políticos, dando de paso un merecido escarmiento a los músicos locales que se habían atrevido a reivindicar sus derechos sindicales.
Otro aspecto importante sería sin duda la difusión que estas entidades musicales, Banda Municipal, Orquesta y Coro, hicieron del repertorio musical, tanto vocal como instrumental. No se observan grandes innovaciones o apuestas por la vanguardia, si exceptuamos las obras ejecutadas por la Banda Municipal a principios del siglo XX, que incluían algunas selecciones de óperas o zarzuelas recientemente estrenadas, convirtiéndose así la agrupación en un vehículo idóneo en una época en la que no existían medios audiovisuales de difusión masiva. Por lo general, los directores y programadores eligen obras ya conocidas o precedidas de una justa fama a la hora de confeccionar sus repertorios, buscando sin duda el éxito seguro de público.
Habría que destacar finalmente que el nacimiento, desarrollo, evolución, decadencia y desaparición de estas instituciones musicales presentan los altibajos propios de las épocas históricas en que se mantienen a través de los años. Cabría subrayar como hechos determinantes la creación de la plaza de director municipal (1904) y la semi-profesionalización de la Banda durante la II República como hechos que consolidaron una trayectoria laboral y artística que dio muy buenos frutos a la imagen de la ciudad ante quienes la visitaban y ante sus propios vecinos.
El esfuerzo anónimo y sacrificado de músicos, cantores, directores, compositores, a través de los años, enriqueció progresivamente una cultura de base que hizo más fácil y feliz la vida de los sanluqueños, dotándolos de una herencia y una tradición sin la cual no podría explicarse el actual y singular renacimiento musical, que viene a compensar históricamente el desencuentro y la falta de sensibilidad que mostraron bastantes de nuestros antepasados con esta apasionante actividad artística.